El sueño sobre el estado de la nación
Artículo aparecido en "Sesión de Control" el viernes, 22 de febrero de 2013.
Las reacciones que el debate sobre el estado de la nación ha generado son el mejor y sin duda más actualizado indicador de la pobre calidad institucional de nuestro sistema político. Sí, pero también de la realidad social en diferentes ámbitos.
Creo que, continuando la senda de distanciamiento de la realidad que siguen desde hace demasiado tiempo, nadie ha resaltado suficientemente el hecho de que los principales rotativos y medios de comunicación habían dictado sentencia sobre el supuesto combate que se estaba celebrando en el Hemiciclo antes incluso de que acabara.
Ya no quedan medios que no oculten descaradamente sus preferencias ideológicas, convertidos no tanto en correas de transmisión de diferentes opciones ideológicas y/o de plataformas de intereses, sino incluso en sus principales promotores. Algunos no es que no sigan determinadas tendencias, sino que se han convertido sencillamente en los líderes de las mismas. ¿Informar?, eso lo dejaremos para otro día.
Las votaciones en internet sobre los diferentes púgiles fueron simplemente vergonzantes. El problema que esta realidad mediática genera es muy grave, y lo es no tanto porque no exista pluralidad –que la hay-, ni libertad de información, sino porque condiciona tremendamente la percepción de casi todo.
Los diputados y diputadas del Grupo Parlamentario Socialista asistimos con orgullo y satisfacción y salimos más que contentos del debate entre nuestro secretario general y el presidente del Gobierno, prácticamente sin excepción. Todos compartimos en grandes líneas la misma valoración de su discurso y réplicas, y lo hicimos desde el inmenso capital de experiencia política y conocimiento que aglutina un grupo como el nuestro.
Pues bien, al día siguiente no puedo ocultar que fui testigo de cómo experimentados parlamentarios dudaban de sus propias sensaciones tras la lectura de periódicos que habían adelantado sus conclusiones sin haber tenido tiempo real para meditarlas y escribirlas con un mínimo de garantías. ¿Por qué sucede esto?
La segunda reflexión que quiero destacar es que hoy, al día siguiente, todo vuelve a ser igual. El campo en el que se desarrolló el debate tuvo o tiene poco que ver con lo que sucede en la calle. Alfredo Pérez Rubalcaba trajo al debate los elementos que preocupan en la calle –paro, sanidad, copago, tasas judiciales y universitarias, desahucios, pobreza-, mientras que otros centraron el debate en los parámetros habituales del ring parlamentario.
Los debates sobre el estado de la nación, como todos los debates, lo son ante los ciudadanos, no ante los escaños colorados de unos y otros mientras los de los sillones azules se frotan las manos con ansiedad.
Tras el debate seguimos sin saber las razones por las que el Gobierno ha incumplido buena parte de su programa electoral, y no sólo en lo que tiene que ver con el ajuste, sino en otros aspectos puramente ideológicos, reaccionarios –privatizar hospitales cuando no existe evidencia alguna de que contribuyan al ahorro ni muchos menos la mejora de la calidad, excluir a emigrantes irregulares de la sanidad, instaurar copago en medicamentos cuando las subastas son más eficientes y no repercuten en los ciudadanos pero sí en las empresas farmacéuticas, liquidar la negociación colectiva, arremeter contra las entidades locales engordando las diputaciones para centralizar la privatización de servicios públicos, y tantas otras más-.
Son medidas destinadas a liquidar la otra herencia, la buena, la de un sistema social construido durante treinta años de democracia. Tampoco sabemos qué está pasando en el PP, en sus tripas, o que pasó. Y bien, no hizo falta ni un día, bastaron unas horas, para que el protagonista absoluto de la vida política española, ese esquiador que tiene 4.000 milllones de las antiguas pesetas en Suiza y que puede tener más -las cifras en euros a veces parecen menos de lo que son-, nos despertara del sueño sobre el estado de la nación de don Mariano.
En el PSOE sabemos que el funcionamiento parlamentario en todas sus dimensiones debe cambiar, debemos transformarlo. Los discursos para la galería propia de sillones colorados y medios afines no tienen ningún sentido. Menos aún si se simplifican argumentos, se exageran realidades y nadie se encarga de desenmascarar tanta impostura.
El recurso a la herencia recibida protagonizó la intervención de Mariano Rajoy, tanto para explicar el origen de todos los males -y de paso la impotencia de sus soluciones-, como para descalificar las propuestas que se hicieron desde la oposición. En particular las que hizo Alfredo Pérez Rubalcaba.
Ya sabemos que en España sólo tenemos pasado nosotros, la izquierda. Claro, la derecha nunca gobernó hasta Aznar, nunca antes. Tan sólo el aznarato en siglos. No es nada nuevo.
Así, mal vamos. Seguimos sin ser capaces de asumir colectivamente que nuestro país ha desperdiciado un ciclo económico completo, me da igual situar su arranque en 1993 -cuando terminó la anterior crisis con el PSOE al mando- o en 1998, cuando la Ley del suelo de Aznar inyectó nitroglicerina en nuestro sector inmobiliario y de la construcción.
Ha sido década y media perdida hasta el petardazo de 2008, algo que la derecha sigue sin reconocer. Década y media de endeudamiento, modelo de crecimiento enloquecido, insostenible, orientación equivocada de millones de talentos hacia la construcción, los servicios relacionados con ese sector -jurídicos, financieros-, las industrias auxiliares y el pelotazo. Y, por supuesto, los sobres y maletines con los que tantos emprendedores engrasaron a tantas administraciones para enladrillar la vieja piel de toro.
Seguimos sin asumir ese error colectivo que tanto daño económico y social ha generado y que muy pocos se atrevieron a criticar mientras sucedía. Algunos piensan que los aplausos a puerta cerrada, las victorias amañadas y a puntos y las loas afines les van a permitir continuar como si nada. Es una ingenuidad porque el lado oscuro de la burbuja ya está aquí para llevárselos.
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