lunes, 20 de diciembre de 2010

Tribuna publicada en el Suplemento de Economía del Diario ABC 19-12-2010

LAS INJUSTAS DUDAS DE ALEMANIA

Juan Moscoso del Prado

Diputado a Cortes por Navarra (PSOE)
 y Doctor en CC. Económicas

La actitud alemana ante la crisis de la deuda soberana en la zona euro sólo puede explicarse desde un preocupante deslizamiento euroescéptico de sus dirigentes.

Las secuelas del episodio irlandés de la crisis de la deuda soberana de la zona euro han puesto en evidencia que Alemania, con la inestimable cooperación de una desconcertante Francia, ya no esconde que su prioridad nacional en política económica no es la integración económica en la Unión Europea (UE). Se ha escrito mucho sobre la preocupación doméstica del gobierno de coalición presidido por Angela Merkel, fiel a los parámetros que comparten todos los líderes políticos europeos que crecieron al otro lado del telón de acero, euroescepticismo teñido de preocupantes dosis de nacionalismo populista.

Y es que a tenor de la voces que se han levantado en las últimas semanas defendiendo una mayor claridad y contundencia comunitaria en la lucha contra la crisis, con el objetivo de buscar una solución europea y coordinada a la crisis de la deuda soberana que atenaza la recuperación económica, ya no cabe hablar de diferencias ideológicas sino de diferentes grados de compromiso con el proyecto europeo. No nos movemos en el eje izquierda-derecha sino en el de los diferentes grados de europeísmo.

Si no sería imposible entender que políticos de todo el espectro, socialdemócratas como los Gobiernos español, portugués y el presidente del Partido Socialista Europeo (PSE) el ex primer ministro danés Rasmussen, el ex primer ministro liberal belga Verhofstad, el presidente del eurogrupo el demócrata–cristiano luxemburgués Juncker, populares como el ministro de hacienda italiano Tremonti, o el centrista comisario finlandés Rehn, entre otros muchos, defiendan la ampliación del fondo de rescate y la emisión de eurobonos. Una medida, esta última, perfectamente asumible para financiar los déficit que no excedan, por ejemplo, los límites del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, y poner coto a los especuladores. Otras propuestas contemplan la ampliación de facultades de la facilidad europea –el otro fondo de rescate- y la ampliación del capital del Banco Central Europeo (BCE).

Mientras, el Gobierno alemán, a lo suyo, ha forzado al resto de socios de la UE a asumir su probablemente innecesaria y sin duda forzada propuesta de reforma del Tratado de Lisboa al año de su entrada en vigor y tras diez de discusión. Una reforma diseñada a la carta para evitar problemas con el mecanismo permanente de rescate en su Tribunal Constitucional de Kalsruhe.

Alemania insiste en que la emisión de eurobonos desde algún tipo de instancia europea penalizaría al contribuyente alemán obligándole a financiar la deuda de su país a un tipo mayor al que lo hace ahora. Qué poco les ha importado a los contribuyentes alemanes financiarse conforme al euribor durante la década del euro, sin duda un tipo diferente al que resultaría de una hipotética  política monetaria instrumentada por el Bundesbank si no hubiera desaparecido el marco. Qué cómodo resultaba hasta hace bien poco cohabitar en la zona euro con países de mayor, digamos, tradición inflacionista, y por ello “sufrir” una orientación de la política monetaria del BCE quizás necesariamente más restrictiva, porque se veía de sobra compensada por otros elementos. ¿Cuáles? No sólo los efectos estáticos y dinámicos que la teoría de la integración económica explica, sino por ejemplo, el mantenimiento permanente de un superávit comercial gigantesco con el resto de la zona euro y de la UE sin que el resto de países pueda ajustarse nunca jamás utilizando el tipo de cambio, e incluso beneficiándose de la flaqueza del euro provocada por el débil pulso de la recuperación económica agregada de la economía europea para multiplicar sus exportaciones al resto del mundo –debilidad cambiaria que se ve alimentada incluso por la crisis de la deuda soberana que Alemania no ve necesario acometer con contundencia europea-. Sólo así se explica la sólida recuperación de la economía alemana de los últimos trimestres. Sobre lo primero, el superávit comercial, se ha escrito mucho. En economía se habla de políticas de “arruinar al vecino” gracias a la devaluación real conseguida por la economía alemana en la UE sustentada en su política salarial y austeridad fiscal, legítimas, sí, pero  insostenibles a medio plazo en una unión monetaria que no es económica y menos con la actitud alemana de las últimas semanas.

A mis amigos alemanes este discurso les gusta poco, es sin duda impropio de socios en un proyecto como el de la UE, acaso el más importante emprendido jamás en nuestro continente y que ha permitido extender la democracia y la prosperidad hasta límites jamás imaginados. Pero el debate puede empeorar, y entonces ante los reproches quizás tengamos que recordar cómo se hizo la reunificación alemana y cuan generosos fuimos entonces el resto de europeos. Un debate feo porque la solidaridad europea es entre ciudadanos, no países ni territorios, aunque haya políticos equivocados empeñados en lo contrario a los que el tiempo pondrá en su lugar.