martes, 14 de mayo de 2013


Los tres problemas de la izquierda (europea).



Artículo aparecido en "sesiondecontrol.com" el lunes, 13 de mayo de 2013.
Los socialistas y socialdemócratas europeos hemos celebrado dos importantes conferencias en las últimas semanas. La primera, organizada por Policy Network y Global Progress en Copenhague, también con la participación del Partido Demócrata norteamericano, entre otros. La segunda en Barcelona este fin de semana, promovida por la FEPS – La Fundación Europea para Estudios Progresistas- en el marco de su programa “Next Left” con la colaboración de diversas fundaciones de partidos como la Campalans.
Ambas han mostrado que existe un claro contraste entre la percepción social de los principales partidos progresistas en Europa, sin duda baja e incluso desmoralizante, y el debate interno que es, quizás, más intenso y rico que nunca. En ambos encuentros hemos coincido políticos en activo en el Gobierno o en el Parlamento con profesores universitarios, profesionales y representantes de la sociedad, partidos y fundaciones, instituciones progresistas dedicadas al estudios e investigación, think tanks, y otro tipo de organizaciones o empresas.
Tras Copenhague, publiqué en el boletín de Policy Netwok mis impresiones, más bien preocupaciones, sobre lo que está pasando en el seno de la familia progresista europea e incluso global. Quizás merezca la pena una rápida lectura.
Ambos intensos encuentros han generado dos valiosísimas publicaciones que sin duda servirán para centrar el debate y las propuestas que desde la izquierda vayamos formulando en los próximos meses. En cualquier caso, mis preocupaciones se pueden agrupar en tres grandes ideas o ejes.
La primera, ante esta crisis, la izquierda europea y también norteamericana debe asumir que muchos de los problemas que ahora están generando tanto sufrimiento y desolación, aunque fueran consecuencia o herencia de las políticas de la llamada “nueva derecha” de Thatcher y Reagan, sin embargo surgieron bajo nuestro Gobierno.
Esa es la principal razón por la cual ahora generamos tan poca confianza. Participamos pasiva o incluso activamente en la desregulación, olvidamos cómo se genera la Renta, o que los mercados podían o pueden operar de otra manera. En definitiva redistribuimos de una manera muy progresista las rentas que generaba una economía especulativa insostenible. Un mal negocio.
En segundo lugar, los socialistas y socialdemócratas europeos debemos ser capaces de definir una misma estrategia para salir de la crisis. Hay que ir mucho más allá de lo que proponemos como PES (Partido de los Socialistas Europeos) y como grupo S&D en el Parlamento Europeo (Socialistas y Demócratas), porque todavía no hemos consensuado una estrategia común para hacer frente al austericidio que impone la derecha alemana de Angela Merkel. Esta ausencia de estrategia común se nota en particular entre los países que formamos parte del euro y los que no lo hacen, pero también en el seno del propio euro entre los del norte y los del sur.
Si no somos capaces de establecer un paradigma común norte- sur, si no hay paradigma común, no seremos capaces de reforzar nuestra familia política no sólo en Europa sino también en el resto del mundo, a escala global, donde sólo el moderado Barak Obama brilla por méritos propios. No deja de ser una paradoja que sea el Partido Demócrata de los Estados Unidos el referente progresista mundial, en una familia política dividida en Europa y muy debilitada en el resto del mundo. Un mundo donde ya casi nadie apuesta por el modelo de democracia social de mercado a la europea para desarrollarse y sacar gente de la pobreza. Un mundo en el que los jóvenes, también los europeos, se sienten abandonados por los partidos tradicionales.
En tercer lugar necesitamos un proyecto mejor. Como siempre, pero esta vez mejor que nunca. Debemos explicar qué relación queremos mantener con los mercados, cómo establecer la convivencia entre la producción de bienes y servicios, la provisión de bienes sociales y las instituciones democráticas que deben transformarse. Hay que poner fin a la hegemonía financiera sobre demasiados ámbitos de la vida tras el desastre generado por décadas de desregulación y, en España, de burbuja, endeudamiento y especulación.
Décadas en las que ha habido demasiada opacidad, abusos, acumulación de renta en determinadas élites y escasa igualdad de oportunidades. Errores camuflados en las insostenibles rentas y sensación de bienestar que generaba la burbuja. La generación de empleos atendiendo al proceso, a las razones que permiten su creación, debe centrar toda acción política.
Una acción política que debe cambiar para garantizar la participación de toda la sociedad, incluso de los sectores más indignados. Una sociedad que debe apostar por la inversión social y en conocimiento como únicos caminos para garantizar un futuro de prosperidad y bienestar que sólo podrá ser si evolucionamos hacia una sociedad más igualitaria, con menos diferencias, como los países europeos más desarrollados. Y no me refiero necesariamente a los escandinavos, sino también a otros modelos como los Países Bajos o Alemania
Y en Europa, debemos seguir avanzando hacia la unión política con todas sus consecuencias previas, unión fiscal también de ingresos, bancaria con sistemas comunes de garantía, y unión social. Demos seguir adelante con todas las consecuencias y los que no quieran hacerlo deberán dar un paso atrás y no obstaculizar el avance del proyecto europeo. Un proyecto que debe hacer suyas las garantías sociales que hoy tanto preocupan a sociedades enteras y que los estados nacionales son incapaces de proteger.

domingo, 12 de mayo de 2013

Recetas del pasado.



Artículo aparecido en el periódico "ABC" el domingo, 12 de mayo de 2013.

Con esta afirmación, recetas del pasado, el Gobierno ha dado carpetazo a la propuesta de pactos planteada por el PSOE en el peor momento de crisis económica que se recuerda en nuestro país desde que existen estadísticas. Una frase que resume como nada la obstinación del Gobierno en seguir por la senda económica trazada por la derecha europea y que, ya sabemos, conduce a que en 2015 haya más desempleo que en 2011, o sea, a echar por tierra una legislatura completa. La mención al pasado merece cierta reflexión porque ahí radica la clave de lo que ahora estamos sufriendo, en las consecuencias de determinadas recetas del pasado. Veamos cuales.

Nuestra economía creció mucho entre 1993 y 2008, un ciclo económico de 15 años desperdiciado. Un ciclo en cuya parte central, 1996-2004, gobernó el PP. Un ciclo en cuyo fatal desenlace han tenido que ver las decisiones adoptadas durante esos años por todos nuestros gobiernos y por la Unión Europea (UE), en especial las relativas a la creación del euro y su gobernanza nacional y comunitaria en el históricamente inédito contexto de tipos de interés reales prácticamente nulos.

No resolveremos esta crisis con la determinación y el consenso que su gravedad exige mientras no cerremos el diagnóstico de las recetas del pasado que nos han traído hasta aquí. Un ciclo completo perdido en el que nuestra economía apostó de manera insostenible por la construcción. Quince años durante los que nuestro sistema financiero, en especial las cajas de ahorro gestionadas de esa manera, infló la burbuja promotora, constructora e hipotecaria hasta su estallido final. Dos factores, preeminencia de la construcción y crecimiento suicida del crédito sin las cuales nuestra realidad sería hoy muy distinta.

La responsabilidad de lo ocurrido es colectiva. No sólo del Banco de España sino también Banco Central Europeo y del conjunto de instituciones comunitarias, de los partidos al frente del Gobierno central o en las CC.AA. Los agentes sociales -por supuesto las sectoriales empresariales de las finanzas y la construcción- nunca advirtieron lo que podía suceder. Tampoco lo hizo la academia, ni los institutos de estudios, análisis y posgrado, ni el sistema financiero, claro.

Recetas del pasado fueron la ley del suelo de 1998, la gestión madrileño-valenciana de Bankia -más de la mitad del rescate financiero y suficiente para haberlo evitado-, la explosión descontrolada del crédito provocada por la creación del euro -el 1 de enero de 1999 se fijaron los tipos de cambio, las monedas y billetes empezaron a circular el 1 de enero de 2002-, o la reducción del porcentaje del PIB dedicado a I+D+i entre 1996 y 2004 a pesar de que en el año 2000 se lanzase la ambiciosa Estrategia de Lisboa. Por todo ello no vale recordar 1996-2004 para reivindicar lo que el PP es capaz de hacer para desviar la atención sobre sus errática gestión actual, que comenzó en 2011, entre otras decisiones rectificadas en pocos meses por la troika, con la recuperación de la desgravación en el IRPF por la compra de vivienda…

Tras la quiebra de Lehman Brothers, y según el diagnóstico que entonces se realizó, la UE apostó unánimemente por amortiguar la crisis mediante políticas expansivas, el Plan Europeo de Recuperación aprobado en el Consejo Europeo de diciembre de 2008, que fue reemplazado radicalmente por el austericidio auspiciado por Angela Merkel a partir de la quiebra de Grecia en 2010. Pues bien, ni un camino ni el otro. No hay más que mirar lo que están haciendo los EE.UU, que no es sospechoso de ser un país peligrosamente izquierdista. La política actual será otra receta del pasado.

Nuestro país desperdició un ciclo en el que la transformación económica que mostramos al mundo con exagerado orgullo tuvo mucho de insostenible burbuja. Años plagados de recetas del pasado, de errores nacionales y europeos, de malas políticas y gestión económica y financiera negligente. Un grave error colectivo, sí, aunque más culpa de unos que de otros.

lunes, 6 de mayo de 2013



El mito 1996-2004


Artículo aparecido en "sesiondecontrol.com" el lunes, 6 de mayo de 2013.

El periodo de tiempo 1996-2004 son lo años en los que gobernó el Partido Popular con José María Aznar como presidente del Gobierno. He elegido esas dos fechas como encabezamiento de esta columna porque en los últimos días han sido citadas muchas veces utilizándolas como ejemplo, como contra-ejemplo más bien, de lo que supuestamente sabría hacer bien el PP después de haber decretado tras 18 meses de gobierno que la legislatura está perdida y que en 2015 todo será peor que en 2011, cuando Mariano Rajoy llegó a la Moncloa.
Periodistas, tertulianos de diferentes pelajes, propagandistas varios e incluso agudos economistas han repetido una y otra vez que todos los españoles saben lo que el PP es capaz de hacer porque ahí queda 1996-2004. O sea, que la incapacidad manifiesta de estos 18 meses de gobierno, la impericia total, las contradicciones y cambios de opinión, el incumplimiento sistemático de todas y cada una de las promesas del programa electoral de 2011, los seis millones de parados y el millón adicional que engordará esta cifra hasta 2015, la impotencia ante las consecuencias de sus equivocadas decisiones y la invocación como único recurso a la paciencia ciudadana, nada debe perturbar nuestra confianza infinita en el PP porque ahí queda 1996-2004. Toma ya.
En efecto, nuestra economía creció mucho entre 1996 y 2004. Para ser más exactos lo hizo entre 1993 y 2008, un ciclo económico de 15 años, en mi opinión, desperdiciado. Un ciclo cuya parte central fueron esos años de gobiernos del PP, por coincidencia temporal electoral en sintonía con el ciclo económico europeo o incluso global, cuyo fatal desenlace tiene que ver con decisiones adoptadas a lo largo del mismo por los diferentes gobiernos que tuvimos en España y por las decisiones adoptadas en la Unión Europea, en particular las relativas a la creación del euro, que coinciden en su parte más trascendente con esos años.
No resolveremos esta crisis mientras no superemos el mito 1996-2004. El ciclo 1993-2008 ha sido un ciclo perdido porque nuestra economía concentró su capacidad de inversión y creación de empleo con una intensidad insostenible en el sector de la construcción. Al mismo tiempo, nuestro sistema financiero, en particular las cajas de ahorro controladas políticamente desde las Comunidades Autónomas –los bancos privados tradicionales no cometieron los mismos errores-, inflaron la burbuja concentrando su riesgo en el crédito a promotores y constructores, y por supuesto hipotecas, cegadas por la liquidez que el euro aportó hasta llegar al máximo en el año 2007.
Dos decisiones nefastas, primacía a la construcción y crecimiento desenfrenado del crédito, que si no se hubieran adoptado o si se hubieran gestionado de una manera muy distinta habrían garantizado un futuro, o sea el presente de hoy, muy distinto al que estamos padeciendo.
¿De quién es la culpa? Evidentemente de todos. Del Banco de España, pero también Banco Central Europeo e instituciones comunitarias, de PP y PSOE, pero también de CiU y PNV, de agentes sociales, pero sobre todo de la patronal, de los inteligentísimos institutos de estudios, análisis y estudios de posgrado que nada vieron venir, y por supuesto del sistema financiero y, en especial, de las cajas.
Claro que sin la ley del suelo que el gobierno del PP aprobó en 1998, sin el desastre madrileño-valenciano de Bankia que ha supuesto más de la mitad del rescate financiero y es 100% PP –sin esa quiebra es muy probable que no hubiera habido tal rescate-, y sin unos gobiernos incapaces de prever la explosión descontrolada sobre el crédito que la entrada en vigor del euro iba a provocar el 1 de enero de 1999 –las monedas y billetes lo hicieron el 1 de enero de 2002-, sin todo esto, la realidad hoy sería muy distinta.
Por eso sorprende lo de 1996-2004, porque sin restar culpa a lo que puedo pasar entre 1993 y 1996 y entre 2004 y 2008, con la economía descontrolada y en ruta de colisión –cierto es que el primer gobierno de José Luis Rodríguez cuando menos no pudo cambiar ese rumbo suicida-, llama la atención que se siga apelando a esa praxis gloriosa como referencia subliminal para desviar la atención sobre el actual desastre permanente.
Aquellos gobiernos de 1996 a 2004 fueron no sólo los de Mariano Rajoy sino también los de Luis de Guindos y Cristobal Montoro, y por supuesto los de Rodrigo Rato, que luego todos sabemos lo que hizo en Bankia cuando abandonó el FMI porque no le gustaba el cargo. Todos negaron mil veces la existencia de la burbuja. Eran los años de la locura. Por ejemplo, sólo pondré uno, el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, anunciaba que Barajas cerraría 25 años después de la inauguración de la T-4 y de las nuevas pistas para mudarse a no sé donde y así poder construir sobre el viejo y amortizado aeródromo madrileño una ciudad verde. Y a todo el mundo le parecía estupendo: los proyectos de todo tipo asombraban al mundo.
En el año 2000 el presidente Aznar contribuyó al lanzamiento de la ambiciosa Estrategia de Lisboa que debía hacer de Europa la economía más avanzada en I+D+i y conocimiento en 2010, aunque sin embargo España, entre 2000 y 2004, vio como el porcentaje sobre PIB dedicado a esos fines caía.
En 2011, siete años y medio después, Mariano Rajoy adoptó una inquietante decisión en su primer Consejo de Ministros como presidente que demostraba esa pasión por esos ocho años perdidos de 1996 a 2004: la recuperación de la desgravación en el IRPF por compra de vivienda, otro de los combustibles de la burbuja. Por suerte, o por desgracia porque la rectificación fue impuesta desde fuera, la UE obligó al nuevo Gobierno a eliminarla muy pocos meses después, recuerden el rescate bancario, el famoso MOU…
España perdió un ciclo completo. El milagro económico tuvo mucho de burbuja, la gestión económica y financiera fue simplemente negligente, creamos renta y empleos que eran insostenibles casi como los que se crearon con la tecnología del carbón y el vapor cuando se generalizaron las tecnologías del motor de explosión y la electricidad.
Hubo mucho de todo esto, además de mil cosas más de otro orden –pelotazos, abusos, latrocinios, corrupción, sueldos millonarios- y fue culpa de todos, un grave error colectivo, sí, aunque también fue más culpa de unos que de otros.

domingo, 5 de mayo de 2013



Rescuing the European project.


Artículo aparecido en "Policy Network" el jueves, 2 de mayo de 2013.

The recent Progressive Governance conference of centre-left politicians in Copenhagen, hosted by Danish Prime Minister Helle-Thorning Schmidt, was, once again, not only a big success but a useful opportunity to gauge progressive views on the European project and, also, to contrast the very different political situations that are prevalent within and across Europe. 

Spain, like Portugal and others, is going through an economic and social emergency that is turning into a political and institutional crisis with no clear exit yet. The social costs are spiralling, yet, on the European airwaves, every day we hear that European countries, particularly in the South, that find themselves in economic turmoil are getting what they deserve after decades of waste and excesses. The idea of the virtuous north versus the wicked south is backed by more and more people. “The party is over” titled a well known liberal magazine. Indeed, these discourse can be picked-up within the progressive family of European centre-left parties. 

I will not deny the errors and the big mistakes that former governments took in the past. But, people are quick to forget that the cycle of crises started because over the course of decades conservative governments, and also progressive ones, deregulated financial markets, abolished laws like the Glass-Steagall act in United States – our dear Bill Clinton -, and lived happily in a world of free financial markets and bubbles of all kinds. Progressives in particular forgot how wealth is created. We only worried about its distribution, joyfully accepting the incomes generated by financial deregulation and real state speculation. Those were the days when Spain, only 4 years ago, had a stock of public debt below 40% of GDP, a 2% budget surplus and hardly any analysis arguing against the soundness of its macroeconomic performance, the quality of its growth and companies, and the sustainability of an economy fully integrated in the euro miracle that reached full employment in 2007. Nobody was aware of the tragic storm that was approaching, neither in the wise north nor of course in the clumsy south.

It is important to admit that progressives were too loose with deregulation, and wrongly believed then that income from finance in all its kinds, including high-octane speculation, was at least as good as that coming from traditional industrial activities. Now, we are humbly back calling for a renewed focus on industrial policy as the cornerstone of broader prosperity. 

To achieve this broader prosperity in a more competitive and global world, it is important to remember Dani Rodrik’s paradox that says that global markets, states, and democracy cannot coexist. The conclusion, from my perspective, is that we should choose among those three and give up the concept of a nation state in favour of a federal Europe. But instead, the tragic consequence of this paradox, as we are living it now in some European countries, is that what we are giving up is democracy and not the nation state. It is quite difficult to get rid of nation states in this crisis. The EU is giving the same medicine to every eurozone country despite knowing that the illness they suffer is not quite the same. When countries like Spain that now suffer unemployment rates dangerously close to 30% and that have already lost over 15% of their GDP and 25% of public revenue in just 4 years remember that they joined the euro zone to “borrow credibility” they realise the nightmare they are in. Interest rates are lower outside the eurozone and economic policy is in the hands of foreign countries that debate domestic adjustment programmes in their national parliaments while their parliaments give up controlling EU or troika decisions. The loss for democracy is huge. It is so big that national elections do not matter anymore because no government no matter its political or ideological orientation can change the orientation of the policy mix that is leading Europe to a disaster. Not only to a disaster but to an awkward situation where the elections that really matter are taking place in Germany.

That is why some countries or parties among the progressive family might feel abandoned and that is why we need a common progressive approach. It is difficult to take seriously the actual EU approach for growth since it has already taken more than a year to apply decisions such as the youth guarantee scheme or the Growth and Employment Pact. The absence of common rules in too many fields is too obvious, even when it comes to bailing out bankrupt banks where different rules and standards apply depending on whether the bank is Dutch or German or if they come from the south.

Europe needs to step forward in policies or projects like the banking union and the fiscal union. Consideration should also be given to harmonising revenue, and changing the way the European Central Bank manages monetary policy and exchange rates to refocus on growth. Additionally, we need to look again at the way the ECB manages interest rates for a single currency that lives with a financial market fragmented by interest rates differentials, a market that is many things but not a single financial market.

The onus is on the centre-left to rescue the European project from the severe democratic stress that is running through its core.