miércoles, 17 de abril de 2013

 

Tras Chipre.




Artículo aparecido en "Sesión de Control" el miércoles, 17 de abril de 2013.


El pasado 16 de marzo los 17 ministros de economía y finanzas que conforman el Eurogrupo decidieron por unanimidad, por supuesto con el voto del Gobierno español, resolver la crisis de Chipre adoptando una serie de medidas que incluían una quita para los depósitos de menos de 100.000 euros.
Un monumental disparate que no sólo estuvo a punto de desencadena un pánico bancario, una “corrida” bancaria en Chipre, sino que pudo haberse contagiado a otros Estados miembros. Una decisión que además de contraria a los intereses del euro y de países como el nuestro era ilegal y contraria a la propia legislación de la UE en materia de solvencia bancaria. En definitiva, una chapuza descomunal, una decisión improvisada que ha añadido incertidumbre al cada vez peor panorama económico, ha aumentado las primas de riesgo y ha afectado a la Bolsa.
La reacción social y política a la decisión fue de tal calibre y el temor que generó fue tan fundado y generalizado que los diecisiete ministros del Eurogrupo se vieron obligados a rectificar en la madrugada del 25 de marzo. Hasta ese día fue bochornoso escuchar cómo gobiernos e instituciones europeas defendían una decisión ilegal que arremetía con los esfuerzos de los pequeños ahorradores.
Pero a pesar de ese cambio, todo indica que si no se hubiera producido la reacción que se produjo durante esos días habría salido adelante una decisión equivocada, injusta y temeraria. Una nueva decisión impulsada por Angela Merkel y sus aliados de la derecha europea que además habría creado un gravísimo precedente.
Por ello es imprescindible exigir a nuestro Gobierno y al resto de gobiernos e instituciones europeas, como hemos hecho en el Congreso de los Diputados, que no vuelva a ocurrir un rescate como el de Chipre. Es necesario descartar que el rescate chipriota se convierta en el modelo a seguir para otros países y garantizar que no se adoptarán para España, en caso de rescate, reestructuración y recapitalización de entidades financieras, medidas similares a las acordadas por el Eurogrupo.
No puede volver a repetirse el daño causado por decisiones que luego tuvieron que ser rectificadas, decisiones que incluían graves pérdidas para todos los depositantes y ahorradores más modestos que han puesto en grave crisis la debilitada confianza de los ciudadanos en las instituciones europeas.
Es preocupante que Alemania, primero, intentara retrasar la solución de la crisis de Chipre hasta después de sus elecciones y que, después, se opusiera a garantizar los depósitos de menos de 100.000 euros como marca la ley, dando de nuevo una nefasta lección de solidaridad europea. Esa política no es la política de Europa, sino la de la derecha europea dirigida por Angela Merkel, una política que estamos obligados a corregir.
Por ello es imprescindible una unión bancaria que entre en vigor cuanto antes y que cuente con las piezas previstas: supervisión de las instituciones bancarias por parte del BCE, reglas uniformes de supervisión, control y resolución de entidades, un mecanismo único de resolución, y un sistema de seguro de depósito integrado, europeo, las dos últimas todavía sin diseñar.
Una unión bancaria que debe ir acompañada de mecanismos de rendición de cuentas a autoridades democráticas y que garantice que el sector bancario asuma una responsabilidad mayor en lo que concierne a las consecuencias de sus propios errores.
También es necesario que sea una realidad cuanto antes la unión fiscal, pero no sólo desde una perspectiva de control de los gastos, sino también para que los ingresos converjan en Europa mediante una verdadera e irreversible armonización fiscal y tributaria, sin paraísos fiscales dentro y fuera de la Unión. Y, sin falta, una verdadera unión económica y, después, una unión política.
Y, por supuesto, hay que convertir al BCE en algo más que la autoridad cambiaria que es ahora para que sea un verdadero Banco Central, un verdadero prestamista de última instancia que garantice, sin coste presupuestario alguno para los ciudadanos, que en toda la zona euro se puede acceder al crédito al mismo tipo de interés, acabando con el pernicioso diferencial que está esquilmando nuestro tejido productivo, objetivo que exigirá otro tipo de medidas como algún tipo de mutualización de la deuda.
Tras Chipre y tras tantos errores de una derecha europea cegada por el dogma de la austeridad todo ello es más urgente todavía.

miércoles, 3 de abril de 2013


Incertidumbre global.




Artículo aparecido en "Sesión de Control" el viernes, 1 de abril de 2013.


La crisis económica que está cebándose con los países mas desarrollados, en particular con los europeos, está acelerando los cambios geopolíticos que comenzaron a definirse antes de la llegada de la crisis.
La debilidad europea provocada por la dogmática imposición por Alemania -y sus satélites- de unas recetas económicas incompatibles, no ya con el crecimiento sino con el mantenimiento de un mínimo de orgullo internacional, están provocando el derrumbe del marco internacional construido bajo el modelo normativo de las democracia parlamentarias europeas.
A pesar de que los Estados Unidos del presidente Barack Obama confían en consolidar su recuperación sustentada en una combinación de políticas fiscales y monetarias opuestas a las que Angela Merkel impone en Europa con tanta autoridad como escasa pericia tal -como ha demostrado la crisis chipriota-, la autoridad moral europea está bajo mínimos y eso se nota en la aceleración de las transformaciones lideradas por otros países.
Ejemplos no faltan. En pocos días hemos conocido varios hechos que verifican esta tendencia.
El primer ejemplo, el bloqueo en unas Naciones Unidas de nuevo muy débiles por su incapacidad para acometer decisión alguna respecto a Siria, del tratado internacional sobre comercio de armas por la propia Siria junto a Irán y Corea del Norte.
Los tres, protagonistas voluntarios de las tres peores crisis -nucleares, humanitarias, de derechos humanos- que padece la comunidad internacional. Que semejante terna sea capaz de bloquear la instauración global de controles sobre la venta de armas, que con la legislación actual llegan sin problema alguno a países en guerra, regiones en las que se producen gravísimas violaciones de los derechos humanos, matanzas y genocidios, muestra una vez más la debilidad del sistema.
El segundo ejemplo lo constituye el anuncio de los cinco BRICS -Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica- de seguir con su plan de creación de un banco de desarrollo sur-sur que también tenga capacidad de actuación en el ámbito monetario para reemplazar paulatinamente el papel que el Banco Mundial y el FMI desempeñan, al menos en su ámbito inmediato de influencia, que no es poco.
A pesar de las duda que ofrece un proyecto todavía poco definido hay que recordar que en conjunto representan el 45% de la población mundial y el 21% del PIB.
La incertidumbre en el entorno global y en el orden internacional, que sin duda debe cambiar, evolucionar y consolidar tantos objetivos todavía lejanos, se concentra no tanto en el cambio como en la dirección que está tomando.
Lo preocupante es que el discurso claramente antioccidental que se escucha con cada vez más frecuencia se produce en un momento de profunda debilidad europea.
Europa, principalmente, y los Estados Unidos, con luces y sombras, han exportado durante el último siglo un esquema normativo de democracia, economía de mercado y derechos humanos que constituía el único camino hacia el desarrollo y la consolidación democrática. Hoy ya no es así.
Los errores occidentales antes -pero también después- del final de la Guerra Fría -apoyo a dictaduras, imposición del consenso de Washington, arbitrariedad en el respeto del derecho internacional como en Irak- combinados con la irrupción de nueva rutas hacia el crecimiento, la prosperidad e incluso la opulencia como la que marca China, han acelerado esos cambios.
Por eso hoy es cada vez más frecuente observar que los países que más crecen, e incluso los que a más gente sacan de la pobreza, lo hacen a ritmos superiores incluso a los que la revolución industrial sacó en el norte de Europa. Y a pesar de ello son países que políticamente divergen radicalmente del paradigma democrático europeo.
Así, la primavera árabe ha instaurado partidos islamistas con escasa sensibilidad hacia el respeto de la libertad religiosa, la igualdad de género y algunos derechos humanos fundamentales no menos graves que los que las dictaduras derrocadas tampoco respetaban.
En muchas regiones triunfan movimientos y partidos con inequívoca vocación de convertirse, si no lo son ya, en partidos únicos, con evidente menosprecio de las más elementales nociones democráticas como son la separación de poderes, el respeto al espacio de la oposición, el escaso compromiso con la vigilancia de los derechos humanos y mucho menos con los mecanismos internacionales de control de los mismos, o su cada vez más alegre defensa o aplicación de la pena de muerte. Por ejemplo los países del ALBA quieren debilitar -sino salirse- el Sistema Interamericano de Derechos Humanos de la OEA.
La separación entre izquierda y derecha se disipa porque el creciente populismo permite combinar el nepotismo económico y el control por unas élites de la economía y de sus instituciones de mercado, como la inmensa mayoría de empresas, con políticas de redistribución efectivas pero también arbitrarias, opacidad pública y confusión absoluta respecto a los símbolos del Estado -civiles, confesionales, a veces disparatados-.
Frente al modelo chino Rusia es una democracia casi perfecta, como lo son también en esta nueva escala de valores el resto de los BRICS y países emergentes que tras décadas de oscuridad están logrando sacar a porcentajes importantes de su población de la pobreza.
Así las cosas Europa, la Unión Europea no sólo ve cómo su estrella pierde brillo e intensidad en el mundo, sino incluso en su interior. La insolidaridad del norte con el sur y la extensión desde la cancillería alemana de esa demencial idea destructiva de que el norte es la virtud y de que el sur merece lo que está sufriendo y mucho más, supone la aplicación a la propia Europa de la peor medicina que los europeos hemos repartido por el mundo en nuestros peores momentos.
Algo que, por supuesto, refuerza la decadencia de nuestra influencia global en perjuicio de todos nosotros, los europeos del norte y los europeos del sur, y también ellos.