jueves, 26 de febrero de 2015




Hay otra política alternativa.



Tribuna aparecida en "El Nuevo Lunes" el 23 de febrero de 2015.

El diccionario de la lengua española define “recuperación” como acción y efecto de recuperar, y “recuperar” como volver a tomar o adquirir lo que antes se tenía. Por ello, cuando escuchamos que la economía española muestra claros signos de recuperación, quizás debamos analizar si va a volver a adquirir lo que antes tenía. El matiz es importante porque aunque en cada ciclo el retorno al crecimiento se llame recuperación, y aunque el sistema productivo y la estructura económica se transformen de manera continua, hay otros elementos que desde una perspectiva ideológica deben ser tenidos en cuenta.

Crecemos, sí, pero nos dirigimos a una realidad socioeconómica indeseada y cualitativamente muy distinta a la anterior.

Nuestra recuperación tiene dos grandes debilidades que se retroalimentan. La primera, su evidente carencia de modelo de crecimiento a medio y largo plazo. El ajuste fiscal no sólo ha generado un injusto reparto de los costes de la crisis por la dureza de los recortes sociales sino que ha cercenado la  capacidad de crecimiento futuro. La caída de la inversión, el colapso de la I+D+i, el castigo a la educación y a la formación de capital humano, el recorte de las política activas de empleo, no hacen sino limitar el crecimiento potencial de la economía española.

La segunda, el aumento de la desigualdad, que tiene varios orígenes: el elevadísimo volumen de desempleo, la ruta de salida de la crisis elegida por el Gobierno en sintonía con el núcleo duro de la eurozona –la llamada “austeridad”–, y nuestro imperfecto sistema fiscal que por el lado de los ingresos no grava a todas las fuentes de renta y riqueza con equidad, y que apenas redistribuye por la vía del gasto.

Precarización laboral y social. Es un error salir de la crisis apostando por la precarización laboral y social, por la reducción de costes salariales como principal vía de mejora de la productividad, olvidando que nuestros principales competidores afrontan la productividad total de los factores de otro modo. A medio y largo plazo la vía elegida por el PP, la propia de un modelo productivo débil y descapitalizado, minimizará la creación de puestos de trabajo estables y bien remunerados, generando gravísimas consecuencias sociales.

La economía española desperdició un ciclo completo de crecimiento entre 1993 y 2008, 15 años consagrados al monocultivo del ladrillo en todas sus dimensiones –constructoras, inmobiliarias, industria vinculada al sector, servicios financieros e hipotecarios, infraestructuras. Un crecimiento que no sólo era insostenible sino que es el responsable de nuestra particular crisis financiera, y el colaborador necesario de la mayoría de casos de corrupción que han erosionado nuestro sistema institucional, disparando la desafección ciudadana sobre nuestro sistema democrático. Fue un inmenso error colectivo en el que participamos todos, Unión Europea incluida, cuyas consecuencias no deben pagar las generaciones venideras. Cualquier mirada atrás relativiza el llamado “milagro español” y la pericia de sus protagonistas.

Con todo, por  muchas razones, hay buenas noticias. El cambio de actitud del BCE gracias al presidente Draghi. El precio de petróleo. Incluso el efecto del rescate europeo de nuestro sistema financiero, una enmienda a la totalidad de la política económica del gobierno del PP que en 6 meses multiplicó por 3 la prima de riesgo “heredada”. Un gobierno que demostró que no tenía plan alguno salvo reducir el déficit -consecuencia y no causa de nuestra crisis-. Un gobierno que no ha levantado la voz en Europa para exigir otra política monetaria, otra política fiscal –el insuficiente Plan Juncker es una concesión a las exigencias de los socialistas europeos-, o políticas de demanda que compensen una austeridad que sólo se justifica desde la moral alemana y no desde la ciencia económica.

Había y hay una alternativa de política económica a lo que se ha hecho y lo que se está haciendo. Los EE UU, el Reino Unido, lo han demostrado. Entre la austeridad y el populismo de izquierdas hay un inmenso espacio en el que hacer políticas progresistas, socialdemócratas. Políticas que aúnen el aumento de la productividad total de los factores y la mejora de la competitividad con la lucha contra la pobreza y la reducción de la desigualdad. Una agenda para la recuperación justa que centre su trabajo en la modernización de nuestra economía, que aborde una radical reforma de nuestro sistema político, y conserve nuestro Estado del Bienestar como elemento de cohesión y progreso seguro.