Hay otra política alternativa.
Tribuna aparecida en "El Nuevo Lunes" el 23 de febrero de 2015.
El diccionario de la lengua española define “recuperación” como acción y efecto de recuperar, y “recuperar” como volver a tomar o adquirir lo que antes se tenía. Por ello, cuando escuchamos que la economía española muestra claros signos de recuperación, quizás debamos analizar si va a volver a adquirir lo que antes tenía. El matiz es importante porque aunque en cada ciclo el retorno al crecimiento se llame recuperación, y aunque el sistema productivo y la estructura económica se transformen de manera continua, hay otros elementos que desde una perspectiva ideológica deben ser tenidos en cuenta.
Crecemos,
sí, pero nos dirigimos a una realidad socioeconómica indeseada y
cualitativamente muy distinta a la anterior.
Nuestra
recuperación tiene dos grandes debilidades que se retroalimentan. La primera,
su evidente carencia de modelo de crecimiento a medio y largo plazo. El ajuste
fiscal no sólo ha generado un injusto reparto de los costes de la crisis por la
dureza de los recortes sociales sino que ha cercenado la capacidad de crecimiento futuro. La caída de
la inversión, el colapso de la I+D+i, el castigo a la educación y a la formación
de capital humano, el recorte de las política activas de empleo, no hacen sino
limitar el crecimiento potencial de la economía española.
La
segunda, el aumento de la desigualdad, que tiene varios orígenes: el
elevadísimo volumen de desempleo, la ruta de salida de la crisis elegida por el
Gobierno en sintonía con el núcleo duro de la eurozona –la llamada
“austeridad”–, y nuestro imperfecto sistema fiscal que por el lado de los
ingresos no grava a todas las fuentes de renta y riqueza con equidad, y que
apenas redistribuye por la vía del gasto.
Precarización laboral y social. Es un error salir de la crisis apostando por la
precarización laboral y social, por la reducción de costes salariales como
principal vía de mejora de la productividad, olvidando que nuestros principales
competidores afrontan la productividad total de los factores de otro modo. A
medio y largo plazo la vía elegida por el PP, la propia de un modelo productivo
débil y descapitalizado, minimizará la creación de puestos de trabajo estables
y bien remunerados, generando gravísimas consecuencias sociales.
La
economía española desperdició un ciclo completo de crecimiento entre 1993 y
2008, 15 años consagrados al monocultivo del ladrillo en todas sus dimensiones
–constructoras, inmobiliarias, industria vinculada al sector, servicios
financieros e hipotecarios, infraestructuras. Un crecimiento que no sólo era
insostenible sino que es el responsable de nuestra particular crisis
financiera, y el colaborador necesario de la mayoría de casos de corrupción que
han erosionado nuestro sistema institucional, disparando la desafección
ciudadana sobre nuestro sistema democrático. Fue un inmenso error colectivo en
el que participamos todos, Unión Europea incluida, cuyas consecuencias no deben
pagar las generaciones venideras. Cualquier mirada atrás relativiza el llamado
“milagro español” y la pericia de sus protagonistas.
Con
todo, por muchas razones, hay buenas
noticias. El cambio de actitud del BCE gracias al presidente Draghi. El precio
de petróleo. Incluso el efecto del rescate europeo de nuestro sistema
financiero, una enmienda a la totalidad de la política económica del gobierno
del PP que en 6 meses multiplicó por 3 la prima de riesgo “heredada”. Un
gobierno que demostró que no tenía plan alguno salvo reducir el déficit
-consecuencia y no causa de nuestra crisis-. Un gobierno que no ha levantado la
voz en Europa para exigir otra política monetaria, otra política fiscal –el
insuficiente Plan Juncker es una concesión a las exigencias de los socialistas
europeos-, o políticas de demanda que compensen una austeridad que sólo se
justifica desde la moral alemana y no desde la ciencia económica.