Patriotismo progresista
Artículo aparecido en "Sesión de control" el domingo, 4 de mayo de 2014.
Quizás algún día se pueda abordar la cuestión de los símbolos democráticos fallidos, como el himno o la bandera, sin duda de difícil resolución.
La crisis económica que
vivimos y las crisis que como consecuencia de la misma se han abierto, en lo
social, o se han ampliado y reanimado, en lo territorial, y generan pesimismo
sobre nuestro futuro y desafección con nuestro sistema político e institucional.
Hoy somos conscientes de los
logros acumulados y consolidados en los ya más de 35 años de democracia, pero
también de los errores y elementos que deben ser corregidos. Uno de esos
espacios imprescindibles incompletos es, por ejemplo, el de la simbología
democrática.
La España democrática no la
logrado construir una simbología que la represente en sus diferentes facetas,
ni con sus símbolos identificativos -bandera, himno-, ni con el establecimiento
de festividades civiles compartidas y sentidas por todos. Es verdad que venimos
de un pasado particularmente gris en este ámbito, y que vivimos en un país sin
tradición de símbolos que se identifiquen con la identidad nacional, por
decirlo de alguna manera, como la bandera. Pero es que en democracia no hemos sido
capaces de lograr ni lo que el Movimiento Nacional y el Nacional-Catolicismo
lograron con el 18 de julio como fiesta “civil” del franquismo.
Durante la Transición, los
que la recordamos aunque fuéramos niños, recordamos cómo la extrema derecha y
lo que quedaba del régimen agonizante pero que todavía daba mucho miedo, y la
derecha en general, nunca dejaron de enarbolar la bandera que con un escudo
diferente después se convertiría en constitucional. Una bandera contra la que
crecimos y que en el imaginario colectivo competía y sigue compitiendo con la
tricolor republicana, bandera que sigue simbolizando idealistamente la injusta
y dura derrota de aquel gran sueño democrático.
Bandera, la nacional, que
compitió en buena parte de España durante la Transición con el resto de
banderas españolas, sobre todo la ikurriña y la senyera. Banderas que el mismo
régimen persiguió y cuya normalización en la Transición provocó mucho más
entusiasmo en los nacionalistas, e incluso en la izquierda, que el continuista
cambio de escudo consecuencia de las cesiones de ambas partes en el consenso
constitucional. La bandera de la Europa Unida, incluso, nos ha servido y
mucho.
Pues bien, esa realidad se ha
transmitido a la siguiente generación hasta el punto de que solamente el deporte,
en especial el fútbol y las victorias de la selección española han logrado
verdaderas exhibiciones masivas colectivas de la bandera constitucional. Hoy
todavía la derecha se envuelve en la bandera nacional, con o sin escudo,
incluso con algún águila bicéfala, para acudir a sus convocatorias, no importa
que sean manifestaciones a favor de un modelo específico de familia y contra el
matrimonio de personas del mismo sexo, en contra del aborto, protestas de todo
tipo contra gobiernos de izquierda, o para celebrar las victorias electorales
del Partido Popular. No importa lo que les convoque a los ciudadanos de
derechas, ahí van con la bandera. Así se comprende que en las grandes
concentraciones de la izquierda, por ejemplo contra las reformas laborales, en contra
de la guerra de Irak o en apoyo de determinadas huelgas, la bandera brille por
su ausencia, y no digamos en las Comunidades Autónomas en las que existen
fuertes sentimientos identitarios. Y no digamos ya el himno, cuyo problema
es que no tiene letra y que tampoco se cambió en la Transición.
Un fracaso el de los símbolos
de difícil solución, y sirve para mostrar la complejidad de nuestro
sistema democrático y para poner en evidencia algunos de sus problemas y
asignaturas pendientes.
La mitología civil de nuestra
democracia tampoco ha sido muy afortunada Elegimos concentrar los fastos el 12
de octubre, día de la Virgen del Pilar que coincide con el de llegada de
Cristóbal Colón a América, un guiño al pasado y a la nostalgia de una España
que ya no existe y que nadie o muy pocos añoran, lo que otra España proyectó en
el mundo en un momento histórico que nada tiene que ver con el presente, y en
cualquier caso no una referencia de futuro de convivencia y democracia
como es el 6 de diciembre. Un 6 de diciembre que el gobierno del PP ya ha
anunciado que puede llegar incluso a cambiar de día para y celebrarse el 5, el
8, o el día que sea para evitar que contribuya a crear un puente.
Este hecho se mezcla con otra
realidad, la confesionalidad cristiano católica prácticamente absoluta y
omnipresente de las celebraciones institucionales. Hay infinidad de ejemplos.
Ante este desierto simbólico
colectivo los ciudadanos se han refugiado en los elementos identitarios locales
y regionales, exacerbándolos casi siempre, la mayoría también de origen
cristiano-católico.
Cierto es también que en la
izquierda, al menos la española, no hemos sido nunca demasiado de banderas, que
nuestra bandera son los derechos, las instituciones, y nuestra patria las
libertades . Pero ello no quiere decir que no tengamos necesidad de poder
expresar por algún cauce de vez en cuando nuestro patriotismo progresista.
Un patriotismo progresista en
el que, en palabras de Javier Fernández, presidente de Asturias, “la España de
los símbolos, los signos y las banderas nos importa menos que la de los hombres
y mujeres que trabajan, estudian, que llora o que ríen en ella”. Una España en
la que debemos sacar partido simbólico y como elemento cohesionador y de
progreso a elementos como nuestro idioma común, el castellano, un buen símbolo,
que es lo que compartimos y nos proyecta a América y al resto del mundo, es eso
y no tanto el descubrimiento y la llamada conquista del 12 de octubre.
Es nuestra historia plural y
objetiva, el patrimonio cultural, la ciencia o el cine que producimos, o
nuestros grandes artistas y escritores como Goya, Picasso o Cervantes, en un
país europeo y rico, en el que las diferentes culturas y lenguas españolas
conviven como acostumbra a recordarme el diputado por Girona del Partit dels
Socialistes de Catalunya (PSC) Alex Sáez Jubero, porque la lengua materna de
muchos españoles no es el castellano. Es nuestra diversidad como identidad
estratégica para afrontar el futuro. De nuevo, en palabras de Javier Fernández:
“somos menos partidarios (los socialistas) de las identidades fuertes que de
las identidades múltiples, yo vengo de una tierra en que las identidades se
suman, no se restan, pero en un mundo cosmopolita, nosotros construimos nuestra
identidad nosotros elegimos nuestra identidad”.
Una realidad que constituye
un verdadero problema en un país como el nuestro en el que todo se politiza y
todo sirve para alimentar el enfrentamiento. Una realidad en la que el carácter
plurinacional complica la búsqueda de una solución simbólica a esta carencia,
como demuestran incluso las cada vez más difíciles relaciones entre el centro y
la periferia en palabras de Josep Ramoneda.
El patriotismo progresista
puede ser interpretado como una versión o un aspecto del republicanismo cívico
de Philip Petit que, como apunta José Andrés Torres Mora, explica quiénes somos
–la izquierda- políticamente, destacando la importancia de tener una idea de
Estado, algo fundamental en la izquierda y a lo que no siempre ha prestado la
atención suficiente, porque la izquierda hunde sus raíces en el discurso
económico, la redistribución, la trayectoria del socialismo democrático y la
construcción del estado del bienestar.
Un Estado en el que desde la
izquierda se debe defender la idea de no dominación, entendiendo el ejercicio
de libertad como el de esa no dominación, con el fin de desplegar instituciones
capaces de explotar al máximo el potencial de una ciudadanía cada vez más
crítica y diversa para lograr también como objetivo socialdemócrata centrar el
discurso económico en un espacio nuevo, el de un proyecto económico claro
alternativo al de la derecha basado en ideas como la de la predistribución como
garantía de una asignación justa antes de la intervención correctora de los
poderes públicos –en lo que sería la redistribución-.
La identidad política de la
izquierda, su patriotismo, es la del valor público, las instituciones públicas,
los derechos y libertades que garantiza el Estado de Derecho, es Europa.
España es un país con una
gran diversidad. Desde esa diversidad debemos seguir construyendo una idea de
ciudadanía como expresión de libertades y derechos públicos, de orgullo
patriótico por nuestras instituciones desde el nivel local hasta el europeo y
en el futuro también a escala global, y nunca de identidades oficiales. Un
patriotismo progresista que, quizás, algún día pueda abordar la cuestión de los
símbolos democráticos fallidos, sin duda de difícil resolución.
No hay comentarios:
Publicar un comentario