Mostrando entradas con la etiqueta Ser hoy de izquierdas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Ser hoy de izquierdas. Mostrar todas las entradas

miércoles, 4 de junio de 2014



Regenerando la izquierda española



Artículo aparecido en "diariocritico.com" el miércoles, 4 de junio de 2014

Hace dos meses presenté "Ser hoy de izquierdas ", un trabajo en el que reflexiono acerca de la hoja de ruta que debe marcar el camino de una socialdemocracia moderna y ejemplar, y también de nuestro país. Tras los resultados de las elecciones europeas del pasado 25 de mayo algunas de mis propuestas se han convertido en algo más que necesidades urgentes. El reto al que nos enfrentamos es muy grande. Como sociedad, tendremos problemas si no somos capaces de superarlo, si no logramos aunar en un esfuerzo de reforma constitucional ejemplaridad, transparencia, contundencia y profundidad en el cambio que la sociedad exige todos los días. Si no lo logramos y no ofrecemos una respuesta clara, junto al resto de demandas sociales que oímos cada día, entonces, ante la dimensión de las incertidumbres y riesgos que nos acechan, es posible que nos veamos abocados a refundar el modelo constitucional con el que nos dotamos en la transición y que nos ha permitido disfrutar -con sus defectos- del periodo de democracia, libertad y prosperidad más prolongado de nuestra historia.Ese es el reto, reformar con profundidad nuestro modelo de convivencia o, quizás, arriesgarnos a la incertidumbre de tener que refundar uno nuevo desde la nada, una vez más, porque como bien se sabe España jamás reformó ninguna constitución. Siempre las derogó y las reemplazó por otras nuevas, y nunca en democracia.


Hasta ahora sólo la izquierda ha sido hasta ahora capaz de ofrecer propuestas y planteamiento concretos de reforma de la Constitución. Una izquierda que, con todo, corre el grave riesgo de desmembrarse en grupos y movimientos sin coordinación inhabilitados para asumir el reto reformista que exige nuestro tiempo. Mientras la izquierda propone -reforma constitucional del PSOE por ejemplo-, la derecha ha optado temerariamente por lo contrario. En el momento en el que los españoles necesitamos reforzar con inteligencia emocional nuestro debilitado proyecto común apelando a argumentos inclusivos, el gobierno, por ejemplo, ha decidido dar un paso atrás brutal y temerario en materia de libertades -ley del aborto, de seguridad ciudadana, etc.-.

La cuestión ya no es sólo cómo resolver la crisis territorial con Cataluña sino como evitar también que la desafección política y el retroceso en libertades acabe debilitando los cimientos de nuestro proyecto constitucional. Un proyecto constitucional que pide a gritos reformas para adaptarse a las profundas transformaciones experimentadas por nuestra sociedad y el mundo en las últimas cuatro décadas.

La izquierda puede y tiene que recuperar el control político de la economía, algo que se ha perdido en los últimos 30 años. La economía ya no depende de la política. Mientras, se avanza en la dirección contraria. La ruta que ha tomado la derecha en España constituye una ruptura del pacto social que acompañó a la Constitución en la que se apuesta por una economía social y de mercado, por la preservación de la igualdad.

Vivimos un tiempo difícil, un tiempo en el que la sociedad exige reacciones y respuestas a la izquierda. Una sociedad que siente como una sensación terrible se apodera de ella, la de perder las históricas conquistas alcanzadas tras siglos de frustraciones, y después de 35 años de construcción democrática entre todos. Conquistas de todos, pero sobre todo de la izquierda, que se nos escapan como arena entre los dedos. Qué gran desilusión ante una derecha que creímos europeizada y que ahora calla mientras contemplamos con estupor como se desmontan no ya los avances de los últimos años, sino los de la década de los 80, como las primeras leyes que nos equipararon a Europa aprobadas hace 30 años y sobre las que existe un amplísimo consenso social.

El objetivo prioritario de la izquierda, la lucha por la igualdad de oportunidades, real, efectiva y en libertad plena es una tarea que exige y exigirá atención permanente durante generaciones. Una tarea que en España es patrimonio de los progresistas en los que reside también el liberalismo que falsamente se cree cobijado bajo las grandes siglas de la derecha. No está ahí en ninguna de sus dimensiones, económica, moral y civil, de concepción social y de libertades -tampoco los llamados libertarios- como demuestra todos los días el gobierno actual.

El proyecto común de los españoles, las normas de convivencia, sigue siendo un espacio de preocupación y una prioridad para la acción política de la izquierda. En la actual crisis territorial las únicas propuestas capaces de resolver la quiebra que se está produciendo entre Cataluña y el resto de España provienen de la izquierda, básicamente de los socialistas, y probablemente sólo desde una gestión responsable por gobiernos de izquierda puedan ser resueltos. La situación es en mi opinión mucho más grave y delicada de lo que la derecha quiere reconocer. Una derecha que se niega a asumir que España será federal o, quizás, no será. Aunque algunos se resistan a verlo, España nunca fue Francia sino una compleja nación de naciones que nunca ha vivido tanto tiempo en democracia como lo ha hecho con la Constitución de 1978, con todos sus defectos, sí, y con su modelo territorial. 

Es mucho lo que necesita la izquierda para estar a la altura porque el conformismo y los automatismos después de décadas de éxitos, los errores políticos y los errores provocados por las inercias organizativas durante décadas, cierto estupor y falta de reacción ante la profundidad y rapidez de los cambios sociales y económicos, lo exigen. Una izquierda que sigue siendo tan necesaria y de tanta actualidad como nunca pero que debe reaccionar.

La sociedad exige a la izquierda soluciones, propuestas, reformas políticas valientes que transformen la sociedad y no se limiten a adaptarla, porque no duda de sus valores. Exige también liderazgos sólidos en tiempos de democracia mediática y de cierto relativismo ideológico, probablemente los éxitos de la maquinaria comunicativa y de propaganda de la derecha que ha logrado transformar los principales marcos de referencia de percepción ciudadana de la política. La política no puede convertirse en marketing, pero tampoco puede obviar las herramientas que se utilizan todos los días para ganar apoyos aunque con frecuencia sean meros instrumentos de manipulación. Hay que saber defenderse, y por ello los ciudadanos cada vez se fijarán más en las personalidades y biografías de los candidatos, y en políticos que sepan abandonar la clásica confrontación entre el "ellos" y el "nosotros", para lograr defender en primera persona el interés público.Los ciudadanos reclaman soluciones,  porque aunque confían en los valores de la izquierda creen menos en sus respuestas. Sin embargo, ello no quiere decir que no haya que hablar de valores, al contrario, se deben recordar permanentemente y el mejor modo de hacerlo es siendo ejemplares, convirtiendo en costumbre una actitud moral de excelencia ejemplar, algo también olvidado con demasiada frecuencia en toda el espectro político, pero con mucha mayor capacidad de destrucción en la izquierda que en la derecha. En Italia, Matteo Renzi ha demostrado como la izquierda puede ganar con claridad aplicando reformas radicales en materia de democracia, partidos políticos, transparencia, lucha contra la corrupción propia y ajena, combinada con una agenda económica y social de izquierdas y realista, no populista ni inalcanzable como la de algunos movimientos de izquierdas que hoy triunfan. 

La desafección, la pérdida de confianza de la ciudadanía en los políticos y en las instituciones democráticas se debe a diferentes razones -crisis económica, corrupción, representatividad, sistema de partidos...- comunes a todo el sistema actual, aunque para la izquierda tiene una causa particular adicional: la falta de confianza en el cumplimiento de las promesas electorales. Nunca más la izquierda debe hacer en el gobierno lo que nunca prometió desde la oposición y durante la campaña que le llevó al poder. Un problema insuperable incluso si se intenta hacer lo que se prometió, como está sucediendo en Francia, pero no se logra. Que la derecha incumpla sus programas es su problema, la izquierda no puede vivir con ello.

Las personas de izquierdas quieren poder votar candidatos competentes y comprometidos, preparados, con personalidad, con experiencia en otros ámbitos, porque quieren que sean parte importante del futuro, del futuro de todos. Por eso también necesitan creer en las propuestas, y contemplar en las mismas un proyecto de vida y convivencia de medio y largo plazo, un proyecto que trasmita seguridad y sensación de mejora, y que sea capaz de construir instituciones y políticas que les sirvan durante toda su vida. Propuestas, también, que sean lo contrario del gris e incluso siniestro proyecto social de desigualdad de la derecha española. Propuestas que permitan también, como siempre, fraguar consensos sobre las normas básicas de convivencia con las fuerzas conservadoras democráticas, pero desde planteamientos justos e igualitarios y no para avalar una vez más viejos status quo. El sueño del progreso es de la izquierda, y sin él la izquierda está perdida.

lunes, 5 de mayo de 2014




Patriotismo progresista


Artículo aparecido en "Sesión de control" el domingo, 4 de mayo de 2014.

Quizás algún día se pueda abordar la cuestión de los símbolos democráticos fallidos, como el himno o la bandera, sin duda de difícil resolución.
La crisis económica que vivimos y las crisis que como consecuencia de la misma se han abierto, en lo social, o se han ampliado y reanimado, en lo territorial, y generan pesimismo sobre nuestro futuro y desafección con nuestro sistema político e institucional.
Hoy somos conscientes de los logros acumulados y consolidados en los ya más de 35 años de democracia, pero también de los errores y elementos que deben ser corregidos. Uno de esos espacios imprescindibles incompletos es, por ejemplo, el de la simbología democrática.
La España democrática no la logrado construir una simbología que la represente en sus diferentes facetas, ni con sus símbolos identificativos -bandera, himno-, ni con el establecimiento de festividades civiles compartidas y sentidas por todos. Es verdad que venimos de un pasado particularmente gris en este ámbito, y que vivimos en un país sin tradición de símbolos que se identifiquen con la identidad nacional, por decirlo de alguna manera, como la bandera. Pero es que en democracia no hemos sido capaces de lograr ni lo que el Movimiento Nacional y el Nacional-Catolicismo lograron con el 18 de julio como fiesta “civil” del franquismo.
Durante la Transición, los que la recordamos aunque fuéramos niños, recordamos cómo la extrema derecha y lo que quedaba del régimen agonizante pero que todavía daba mucho miedo, y la derecha en general, nunca dejaron de enarbolar la bandera que con un escudo diferente después se convertiría en constitucional. Una bandera contra la que crecimos y que en el imaginario colectivo competía y sigue compitiendo con la tricolor republicana, bandera que sigue simbolizando idealistamente la injusta y dura derrota de aquel gran sueño democrático.
Bandera, la nacional, que compitió en buena parte de España durante la Transición con el resto de banderas españolas, sobre todo la ikurriña y la senyera. Banderas que el mismo régimen persiguió y cuya normalización en la Transición provocó mucho más entusiasmo en los nacionalistas, e incluso en la izquierda, que el continuista cambio de escudo consecuencia de las cesiones de ambas partes en el consenso constitucional. La bandera de la Europa Unida, incluso, nos ha servido y mucho.
Pues bien, esa realidad se ha transmitido a la siguiente generación hasta el punto de que solamente el deporte, en especial el fútbol y las victorias de la selección española han logrado verdaderas exhibiciones masivas colectivas de la bandera constitucional. Hoy todavía la derecha se envuelve en la bandera nacional, con o sin escudo, incluso con algún águila bicéfala, para acudir a sus convocatorias, no importa que sean manifestaciones a favor de un modelo específico de familia y contra el matrimonio de personas del mismo sexo, en contra del aborto, protestas de todo tipo contra gobiernos de izquierda, o para celebrar las victorias electorales del Partido Popular. No importa lo que les convoque a los ciudadanos de derechas, ahí van con la bandera. Así se comprende que en las grandes concentraciones de la izquierda, por ejemplo contra las reformas laborales, en contra de la guerra de Irak o en apoyo de determinadas huelgas, la bandera brille por su ausencia, y no digamos en las Comunidades Autónomas en las que existen fuertes sentimientos identitarios. Y no digamos ya el himno, cuyo problema es que no tiene letra y que tampoco se cambió en la Transición.
Un fracaso el de los símbolos de difícil solución, y sirve para mostrar la complejidad de nuestro sistema democrático y para poner en evidencia algunos de sus problemas y asignaturas pendientes.
La mitología civil de nuestra democracia tampoco ha sido muy afortunada Elegimos concentrar los fastos el 12 de octubre, día de la Virgen del Pilar que coincide con el de llegada de Cristóbal Colón a América, un guiño al pasado y a la nostalgia de una España que ya no existe y que nadie o muy pocos añoran, lo que otra España proyectó en el mundo en un momento histórico que nada tiene que ver con el presente, y en cualquier caso no una referencia de futuro de convivencia y democracia como es el 6 de diciembre. Un 6 de diciembre que el gobierno del PP ya ha anunciado que puede llegar incluso a cambiar de día para y celebrarse el 5, el 8, o el día que sea para evitar que contribuya a crear un puente.
Este hecho se mezcla con otra realidad, la confesionalidad cristiano católica prácticamente absoluta y omnipresente de las celebraciones institucionales. Hay infinidad de ejemplos.
Ante este desierto simbólico colectivo los ciudadanos se han refugiado en los elementos identitarios locales y regionales, exacerbándolos casi siempre, la mayoría también de origen cristiano-católico.
Cierto es también que en la izquierda, al menos la española, no hemos sido nunca demasiado de banderas, que nuestra bandera son los derechos, las instituciones, y nuestra patria las libertades . Pero ello no quiere decir que no tengamos necesidad de poder expresar por algún cauce de vez en cuando nuestro patriotismo progresista.
Un patriotismo progresista en el que, en palabras de Javier Fernández, presidente de Asturias, “la España de los símbolos, los signos y las banderas nos importa menos que la de los hombres y mujeres que trabajan, estudian, que llora o que ríen en ella”. Una España en la que debemos sacar partido simbólico y como elemento cohesionador y de progreso a elementos como nuestro idioma común, el castellano, un buen símbolo, que es lo que compartimos y nos proyecta a América y al resto del mundo, es eso y no tanto el descubrimiento y la llamada conquista del 12 de octubre.
Es nuestra historia plural y objetiva, el patrimonio cultural, la ciencia o el cine que producimos, o nuestros grandes artistas y escritores como Goya, Picasso o Cervantes, en un país europeo y rico, en el que las diferentes culturas y lenguas españolas conviven como acostumbra a recordarme el diputado por Girona del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC) Alex Sáez Jubero, porque la lengua materna de muchos españoles no es el castellano. Es nuestra diversidad como identidad estratégica para afrontar el futuro. De nuevo, en palabras de Javier Fernández: “somos menos partidarios (los socialistas) de las identidades fuertes que de las identidades múltiples, yo vengo de una tierra en que las identidades se suman, no se restan, pero en un mundo cosmopolita, nosotros construimos nuestra identidad nosotros elegimos nuestra identidad”.
Una realidad que constituye un verdadero problema en un país como el nuestro en el que todo se politiza y todo sirve para alimentar el enfrentamiento. Una realidad en la que el carácter plurinacional complica la búsqueda de una solución simbólica a esta carencia, como demuestran incluso las cada vez más difíciles relaciones entre el centro y la periferia en palabras de Josep Ramoneda.
El patriotismo progresista puede ser interpretado como una versión o un aspecto del republicanismo cívico de Philip Petit que, como apunta José Andrés Torres Mora, explica quiénes somos –la izquierda- políticamente, destacando la importancia de tener una idea de Estado, algo fundamental en la izquierda y a lo que no siempre ha prestado la atención suficiente, porque la izquierda hunde sus raíces en el discurso económico, la redistribución, la trayectoria del socialismo democrático y la construcción del estado del bienestar.
Un Estado en el que desde la izquierda se debe defender la idea de no dominación, entendiendo el ejercicio de libertad como el de esa no dominación, con el fin de desplegar instituciones capaces de explotar al máximo el potencial de una ciudadanía cada vez más crítica y diversa para lograr también como objetivo socialdemócrata centrar el discurso económico en un espacio nuevo, el de un proyecto económico claro alternativo al de la derecha basado en ideas como la de la predistribución como garantía de una asignación justa antes de la intervención correctora de los poderes públicos –en lo que sería la redistribución-.
La identidad política de la izquierda, su patriotismo, es la del valor público, las instituciones públicas, los derechos y libertades que garantiza el Estado de Derecho, es Europa.
España es un país con una gran diversidad. Desde esa diversidad debemos seguir construyendo una idea de ciudadanía como expresión de libertades y derechos públicos, de orgullo patriótico por nuestras instituciones desde el nivel local hasta el europeo y en el futuro también a escala global, y nunca de identidades oficiales. Un patriotismo progresista que, quizás, algún día pueda abordar la cuestión de los símbolos democráticos fallidos, sin duda de difícil resolución.

(La idea de "Patriotismo progresista" se desarrolla en el capítulo 6 de mi libro, 'Ser hoy de izquierdas')